Álvaro Valverde
”La poesía pertenece sin duda a la tradición del humanismo y queda indefensa ante la barbarie común”. Estas palabras del poeta polaco Czeslaw Milosz cobran nueva vida, si es que alguna vez la perdieron, ante los acontecimientos de violencia terrorista que acabamos de recordar, que nunca olvidamos, los que han inaugurado oficialmente el primer siglo del nuevo milenio, ése que se anunciaba como un tiempo distinto en lo que al comportamiento cívico, espiritual y moral de los seres humanos se refiere. Vemos, sin embargo, que la crueldad no cesa, que nunca termina esa violencia múltiple, no unidireccional, ejercida por unos contra otros, de múltiples y complejas maneras.¿Qué puede la poesía contra ella? ¿Qué fuerza es capaz de ejercer algo tan frágil, tan leve, tan misterioso, tan pobre? Y, sin embargo, no es necesario repetir la pregunta retórica de Adorno.
Foto: Carlos Santiago
Después de Auswitchz, después de Beirut, después de Sarajevo, después de Nueva York seguimos escribiendo poesía porque sólo ella puede salvarnos de tanto y tan pertinaz horror; porque sólo ella es capaz de poner en sintonía nuestra cabeza y nuestro corazón, los sentimientos con las ideas; porque sólo ella, en fin, acierta a mostrar a través de la belleza (que no es sino el comienzo de lo terrible) la verdad de nuestra humana, desvalida condición.
Sobre el azar del mapa
La vida como viaje es un motivo que atraviesa toda la obra de Valverde desde su primer libro, Territorio. De un alejandrino de esa obra inaugural toma el título esta nueva entrega, que consta de dos cuadernos de viaje: «Cuaderno de Sofía» (dedicado a la capital búlgara) y «Cuaderno suizo» (dedicado a las ciudades de Grandson y Ginebra).
El primero es fruto de un viaje accidental que impresionó profundamente al autor y sus versos surgen casi como impromptus. En el segundo cuaderno recoge, a modo de homenaje,
composiciones inspiradas en poetas que vivieron o tuvieron relación con esa ciudad literaria y cosmopolita que es Ginebra. Así, el argentino Jorge Luis Borges (que allí murió y está enterrado) y los españoles María Zambrano (pensadora de la razón poética), José Ángel Valente, Alfonso Costafreda, Pere Gimferrer y Aquilino Duque…, todos confluyen en estos versos que festejan a la par la lírica y el descubrimiento del viaje.
Meditaciones del lugar
La poesía de Álvaro Valverde ha reflexionado largamente sobre el concepto de espacio, según la idea de composición de lugar que utilizó Valente para explicar el carácter meditativo de la obra de Cernuda, capaz de «aunar sentimiento y pensamiento» y suscitar «una reflexión encaminada a dar sentido a la experiencia». Así lo entiende José Muñoz Millanes, que reúne poemas situados en lugares concretos, ya sea un jardín cerrado de Plasencia, un interior cualquiera o la ciudad exótica de Tánger. Al fondo, «el locus amoenus, ese arquetipo de una naturaleza paradisíaca» que, no obstante, se encarna en el aquí y ahora.
Lo mismo que una imagen recuerda a alguna análoga y una sombra a la fresca humedad de otra estancia y un olor a una escena cercana por remota y esta ciudad a aquella habitable y distante, así, cuando la tarde se hace eterna y es julio todo expresa una múltiple, inasible presencia, y el agua es más que el filtro de lo que fluye y pasa y la luz más que el velo que ilumina las cosas y el viento más que el nombre de una oscura noticia.
Libros
Poesía y Paisaje
la poesía es también palabra en el espacio
En la poesía de Álvaro Valverde, según Javier Morales, siempre hay un espacio para la naturaleza. Autor de referencia en el actual panorama literario español, Valverde ha residido toda su vida en la ciudad del Jerte. ”Lo extraño, asegura, sería que en mis poemas no aparecieran árboles o pájaros”.
El cuidado del lenguaje, la búsqueda de la palabra precisa, la austeridad, tan presentes en su poesía, guardan una estrecha relación con la mirada que tiene Valverde hacia la naturaleza y se erigen en un contrafuerte contra las prisas. “Resistencia y poesía son conceptos que se llevan de maravilla”, asegura. Poeta reflexivo y meditativo, en su obra la naturaleza está muy presente.
”Mi vida está unida a la naturaleza desde que tengo uso de razón, y antes. Mis padres eran muy campestres. Cuanto circunda Plasencia (los valles del Ambroz y del Jerte, La Vera, Las Hurdes, Monfragüe…) han condicionado mi mirada, uno de los dos reinos, junto al de la memoria, decía Valente, donde se constituye el poeta. Lo extraño sería que en mis poemas no aparecieran árboles o pájaros. Siquiera sea a costa de que te califiquen de poeta ‘agropecuario’. Por aquí (a diferencia de lo que sucede en la lírica anglosajona, pongo por caso), se asocia modernidad a urbanismo, cuando en poesía lo que importa, al fin y al cabo, es el lenguaje. Será, claro, que uno, poco imaginativo, es incapaz de fingir y lleva a los versos su propia vida. Lo que siente y piensa. A ello habría que añadir mi obsesión por la noción de lugar. Acaso porque, con permiso de Machado, la poesía es también palabra en el espacio.”
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En Yuste. Foto: Salvador Retana.